Qué es y cómo se combate la fatiga cognitiva, potenciada por la pandemia de coronavirus
La pandemia producto del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) y sus posteriores medidas de confinamiento para intentar contener los contagios, han potenciado cambios emocionales silenciosos y que no muchas veces se los tiene en cuenta en el día a día. Uno de ellos se trata de la llamada “fatiga cognitiva”.
Este cansancio mental se potencia con la combinación del miedo a la enfermedad, los problemas de organización interna de cada familia y la cuarentena extendida, que generan que cada vez esté más presente el efecto de agotamiento producto del estrés sostenido. Hay una dificultad de sostener actividades de la vida diaria, aquellas que antes se realizaban sin ninguna dificultad.
Pablo López, docente invitado de la especialización en Terapia Cognitiva de la Universidad Abierta Interamericana (UAI), especialista del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y director de la carrera de Psicología de la Universidad Favaloro dio claves sobre cómo combatir estos síntomas que, en las últimas semanas, se pudieron ver bien presentes en la población.
- ¿Qué es la fatiga cognitiva y cuáles son sus signos? - Hay que aclarar que la fatiga es un concepto más amplio. Un estado, reversible, que presenta distintos síntomas como el aburrimiento, cansancio, desgano y pérdida de interés. Se caracteriza también por problemas en la atención, en la concentración, en la memoria y en la velocidad de procesamiento (tardamos más en hacer las cosas en comparación a lo que tardamos habitualmente). Resumiendo, la fatiga cognitiva es una dimensión de la fatiga que se separa del síndrome de fatiga crónica, que ya sí representa una entidad psicopatológica que amerita atención especializada.
- ¿Qué consecuencias trae en la vida diaria? - En general representa un agotamiento. Nos fatigamos cuando hacemos un sobreesfuerzo. En el caso de la pandemia, lo que ocurre es que hemos tenido que cambiar prácticamente todos nuestros hábitos y rutinas diarias. También tuvimos que incorporar cosas que antes no hacíamos, como la educación de los hijos o el cuidado de la casa, y cuestiones ordinarias que hacíamos de manera muy reducida. La fatiga cognitiva trae una pérdida de interés en las cosas que antes nos generaban cierta gratificación. Y esto lo vemos tanto con cosas que hacíamos antes de las medidas de aislamiento, como incluso en las que empezamos a hacer al comienzo de la cuarentena. No es lo mismo para la gente la predisposición para las videollamadas ahora, empieza a haber cierto cansancio, intentos por postergarlas o por no tenerlas. Algo que parecía novedoso y compensatorio, también entra dentro de la lógica del aburrimiento. Nos cuesta concentrarnos en nuestras tareas cotidianas. Tardamos más tiempo en actividades del trabajo. Lo mismo pasa con las medidas de cuidado de la cuarentena. En algún punto se asocia con menor adherencia a las recomendaciones y una mayor intolerancia a la incertidumbre. Hay mayor preocupación por cosas que están asociadas a la pandemia, pero no son de por sí la enfermedad, como el impacto financiero y económico en la vida familiar. Además, sabemos que la fatiga aumenta muchas de las cosas que están asociadas con su inicio. Cada vez sentimos más sobreesfuerzo porque nuestra energía es más baja y a su vez sentimos que las demandas ya son intolerables. A largo plazo dormimos peor, esta relación de causa-efecto, del dormir mal, alimentarse mal o la falta de ejercicio colabora con el surgimiento de la fatiga y ésta a su vez complica realizar ese tipo de acciones.
- ¿Cómo se la combate? - En principio, poder detectar que esto nos pasa es un gran primer paso. Porque podemos vernos en la tentación de retomar a la fuerza algunas cosas y excedernos en el esfuerzo. Lo peor que podríamos hacer es tratar de retomar estas cosas de golpe. Cuanto más paulatinamente podamos ir mejorando, regularizando nuestros horarios de sueño, nuestra alimentación y podamos marcar una frontera clara entre los períodos de trabajo, descanso, de ayuda a los hijos, los períodos de orden de la casa y no olvidarnos del ocio y la búsqueda gratificante, cuanto más progresivo lo hagamos, mejor va a ser. Porque si nos ponemos objetivos muy elevados y no podemos cumplirlos, lo que hará es alimentar esa sensación de fatiga y frustración.
- ¿Esto es algo que en la Argentina recién está saliendo a la luz? - Es un fenómeno que se estudia hace tiempo y no es novedoso. Lo que sí es novedad, es este contexto sostenido de una situación altamente estresante y con una alta carga de incertidumbre, que se combina con medidas sin antecedentes de forma tan generalizada y tan prolongada, como se dio especialmente en nuestro país. Es algo que ha salido más a la luz, sobre todo en estas últimas semanas de medidas de aislamiento, porque en los inicios la atención estaba dirigida, sobre todo, al miedo a la enfermedad y la posibilidad de contagio. Hoy, ese miedo dejó su lugar a la baja tolerancia a la incertidumbre, al aburrimiento, al decaimiento afectivo y a la pérdida de motivación en general.
- ¿Hay estadísticas al respecto? - Aún no. Hay algunos estudios y encuestas que se están realizando. Pero aún no han sido publicadas en revistas de referencia en nuestro país.
- Entonces durante la cuarentena esto se potenció. - Todos los estudios hoy están poniendo énfasis en la combinación entre la enfermedad, el Covid-19, y las medidas para afrontar dicha enfermedad. Es esa combinación la que genera, en el largo plazo, un efecto de agotamiento producto del estrés sostenido. Aún con las medidas de apertura, esas acciones se tienen que hacer con un nivel de control y protocolización que también generan un desgaste. Las medidas de cuidado son un esfuerzo adicional que nuestro organismo y nuestra mente están haciendo en este último tiempo. Por estudios previos de epidemias anteriores y situaciones de catástrofe ya sabíamos que cuanto más largas son las cuarentenas más impacto emocional tienen. En la situación actual estamos en una cuarentena de una duración sin precedentes.
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