Los niños en casa: sus emociones y el mundo virtual
La pandemia del COVID-19 llevó a muchos padres a explicarle a sus hijos por qué deben quedarse en sus casas y por qué deben tener clases virtuales en vez de ir a la escuela o al jardín, y no poder jugar con sus compañeros.
En la siguiente entrevista, la psicóloga Paula G. Cerutti Agelet*, licenciada en Psicología (UBA), especialista en psicoanálisis con niños (UCES) y docente de la UAI, explica qué necesitan conocer los padres para ayudar a los más pequeños en las tareas escolares, cómo controlar las emociones de los niños y qué actividades hacer para mantenerlos entretenidos dentro de sus hogares.
Este contexto nos atraviesa de forma colectiva, pero también “nos toca” a cada uno y a cada familia en su singularidad, imponiéndonos un gran esfuerzo en la tarea de reorganización cotidiana que será específica de cada hogar. Por supuesto que la escuela no está exenta de estos avatares y los docentes, los padres y los hijos- alumnos se ven exigidos a acoplarse al funcionamiento de una escuela sin los parámetros tradicionales que “hacen” a la escuela.
En este sentido, la situación vivida pone en jaque las categorías que estructuran la experiencia escolar como el tiempo, el espacio, los contenidos, el rol docente- alumno, los aprendizajes colectivos bajo la modalidad presencial en el aula. Esta crisis, requirió la invención de recursos y el trabajo colaborativo para sortear la adversidad imperante. Los padres se instalan como nuevos actores en el escenario escolar, teniendo que asumir un papel inédito hasta el momento. Desde sus casas se ven inmersos en la responsabilidad de acompañar a sus niños en las tareas escolares que llegan a través de las diferentes plataformas y canales de comunicación que plantea cada institución. Esta compleja tarea involucra diferentes aspectos que merecen ser pensados.
Por un lado, es necesario asumir que en este pasaje de la presencialidad a la virtualidad, hay algo que se va a perder, esto quiere decir, que hay algo que aunque suene una obviedad no va a ser lo mismo. Hay ciertos contenidos que no van a poder ser aprendidos de manera integral prescindiendo de las especificidades que instala la experiencia escolar presencial, especialmente para los más pequeños. Tener presente esta idea, no es un dato menor, porque ayuda a los padres a disminuir la angustia generada en esta situación de máxima exigencia en donde se ven convocados a armonizar distintas actividades: el trabajo, las labores domésticas y la educación de los hijos, entre otras.
Esta idea implica también asumir que los padres no son docentes, por lo que hay saberes didácticos y pedagógicos que naturalmente no forman parte de su dominio. Será tarea de la escuela en la vuelta a clases, pensar y alojar la diversidad de situaciones suscitadas en este sentido. Sin embargo, sí es necesario conocer que una de las tareas principales de los padres consiste en plantearle al niño una rutina, organizar tiempos y espacios que estén destinados a la actividad escolar, más allá de los resultados obtenidos en la producción misma. Esta situación deviene fundamental, ya que desde el nacimiento el bebé necesita de rutinas, constancia, regularidad en la asistencia diaria y es así como el psiquismo se va organizando adecuadamente a lo largo de esta experiencia con quien nos asiste.
En este sentido, la organización en el niño es algo que inicialmente proviene del exterior, de los padres, y luego con la maduración se va internalizando, se hace propia. Los padres son los garantes de organizar en casa los tiempos que serán dedicados a la escuela. Esto implica una tarea constante, ya que el niño no es un ser dócil, y parte de su crecimiento emocional implica ir postergando la satisfacción inmediata de sus deseos para, paulatinamente, asimilar las exigencias del mundo externo.
Es tarea de los padres conocer que en este proceso los chicos pueden sentirse muchas veces desganados, sin entusiasmo a la hora abordar las actividades por la frustración que el contexto impone: no hay amigos, no hay recreos, no hay vínculo directo con el docente en tanto mediador del aprendizaje, es decir, faltan muchos de “los condimentos” que vuelven sabrosa la experiencia escolar. Frente a estos planteos, resulta valioso que los padres puedan pasar de la exigencia forzosa por cumplir con el “contenido” (escolar) y pasar a ocupar la función de “continente”. Esto quiere decir, que se agrega una tarea que implica contener al niño, escucharlo, acompañarlo en su malestar y su necesidad de expresión, legitimando sus sentimientos. Abrir un espacio para contener y ayudar a procesar estas emociones a través del diálogo, el juego, y el intercambio, permitirá allanar el terreno para luego poder aprender algo de lo escolar. En este sentido, contener las emociones se instala como una tarea anterior a la tarea escolar, ya que un niño que está enojado o triste no puede obtener concentración suficiente para aprender y conectarse con las demandas de la escuela.
Desde mi punto de vista, no hay una forma ideal que sirva para transmitir de modo universal esta información tan compleja a los niños, que incluso aún plantea para los adultos muchos interrogantes y cierto desconcierto. Aún hay contradicción y falta de certeza respecto de los verdaderos alcances del virus, modos de transmisión, efectos que puede tener en el cuerpo, cómo combatirlo, etc. Incluso, hay que considerar que esta situación repercute de diferente modo también en los adultos encargados de la transmisión de la información al niño: en algunos casos hay padres muy angustiados y temerosos respecto de contraer el virus, les cuesta a ellos mismos tomar contacto con la situación que están viviendo; hay otras familias que fueron afectadas directamente por la presencia de algún familiar cercano que contrajo el virus, lo que aumenta la angustia y vivencia de amenaza; en otros casos la situación se sobrelleva con menor grado de ansiedad, pudiendo establecer una comunicación más fluida al respecto, y podríamos seguir con muchas variaciones más.
La particularidad de cada situación familiar obviamente repercutirá en aquello que se le transmite al niño, teniendo en cuenta que los adultos no solo transmitimos con lo que enunciamos verbalmente; sino que también hay otros modos más sutiles, más imperceptibles de la comunicación y, por cierto, nada controlables a través de los cuales también trasmitimos a nuestros hijos. Es decir, el niño es un ser sensible que percibe climas afectivos, angustias de los padres, percibe si están preocupados o tranquilos, más allá de los enunciados racionales que podamos brindar sobre la situación real del coronavirus.
En este caso, el psicoanálisis, sostiene la importancia de poder transmitir al niño la verdad, en esta situación recientemente mencionada, verdad quiere decir “poder hablar” de los afectos que el niño pueda llegar a percibir, poniendo en palabras la situación: “Sí, mamá a veces está preocupada o nerviosa por el abuelo que ya tiene muchos años, no queremos que se enferme y estamos pensando cuál es la mejor manera para cuidarlo”.
Este es un ejemplo de una situación que podría ser cotidiana, el valor de esta comunicación es esencial, ya que el niño, que tiene un pensamiento eminentemente egocentrista, tiende muchas veces a atribuir el malestar percibido como responsabilidad propia; así como también a rellenar el vacío de explicación con fantasía.
Enunciar estas vivencias que sufren los adultos, alivia. En el criterio de enunciar la verdad, por supuesto, es importante tener en cuenta el modo de presentar la verdad al niño, esto depende fundamentalmente de su edad y su capacidad para comprender la información que se le va a transmitir. En este sentido, hay dos cuestiones muy importantes: por un lado, tener en cuenta el vocabulario utilizado, vale decir, cuáles son las palabras que conoce y utiliza el niño en relación al tema que se quiere comunicar y, por otro lado, qué es lo que pide saber el niño. Este último aspecto, remite a poder registrar cuáles son las inquietudes que presenta, esa es básicamente la “brújula” que guía a los padres para elaborar las respuestas. Esto implica poder respetar los tiempos y las necesidades de saber del niño respecto del tema para no abrumarlo con exceso de información que por el momento no está solicitando; el extremo contrario sería no dar ningún tipo de explicación para mantener al niño protegido de la “cruda realidad”. Ni el exceso, ni el defecto son alternativas saludables.
En este proceso de transmisión y contacto con la información, es muy común que surjan fantasías que el niño a veces puede verbalizar a los padres, una vez un nene pequeño expresó que tenía miedo que el coronavirus entrara de noche a la casa, en esos casos hay que detectar cuáles son los temores imaginarios, que son muy típicos en la infancia, ya que el niño se encuentra construyendo el criterio de realidad. Cuando el niño pregunta por qué no puede salir, sería beneficioso tomar las variantes mencionadas; además de transmitir esencialmente que en este caso no salir de casa regularmente constituye fundamentalmente un cuidado del niño pero también del “otro”.
Como decía Jorge Catelli, un colega valorado, en un contexto en donde el otro es fuente de contagio, es interesante sostener la idea de “cuidarnos con el otro”, ello promueve la construcción del sentimiento social y colaborativo que el niño seguirá fortaleciendo en la escuela a través de la experiencia escolar con los compañeros.
La idea de control forma parte de una ilusión propia del ser humano, justamente la situación que estamos viviendo es un claro ejemplo de que no podemos controlar aquello que simplemente sucede y nos afecta, en este caso, la realidad se impone por encima de nuestra voluntad y capacidad de control. Constituye una situación dolorosa aceptar y procesar parte de las limitaciones que son propias del ser humano: “Hay cosas que siento, aunque no quiero sentirlas”, “hay cosas que me siguen pasando una y otra vez, aunque no quiero que me pasen”, “esto es más fuerte que Yo”. En este sentido, el ser humano es complejo por excelencia, el descubrimiento freudiano pasó por considerar que hay fuerzas que se imponen a la voluntad humana y que lo determinan en su accionar.
En este sentido, para referirme a la idea de las emociones, a mí me resulta interesante pensar que las emociones no se controlan, sino que en todo caso nos imponen un “trabajo psíquico” permanente. En palabras simples: lidiar con ellas es “un arte que nos convoca toda la vida”. En esta situación, donde todos estamos expuestos a muchas privaciones de las que disfrutábamos en otro momento, es esperable que la irritabilidad, el malestar, el enojo, estén a “flor de piel”.
Remitiéndonos a los niños: no pueden ir a jugar a la casa del de amigo, no pueden correr e ir a la plaza, no hay cumpleaños, salir a la juguetería, y la lista sigue. Con lo cual es esperable, que los afectos, lo que nos afecta, emerja con mayor regularidad y espontaneidad. Lo que quiero decir, es que en términos generales la respuesta del niño ante la limitación, ante la frustración, es la hostilidad, el enojo, la angustia, ya que ello impone una limitación a sus deseos, que como dijimos previamente, es un aprendizaje que paulatinamente tiene que realizar, o sea, un niño que acepta dócilmente todas las situaciones, tendríamos que preguntarnos qué le está sucediendo.
Sin embargo, las limitaciones de este contexto son mayores que las habituales con lo cual los padres deben estar preparados para que esto surja con mayor regularidad. En el caso del niño, podemos decir que cuenta con menos recursos para procesar por sí mismo el impacto de los afectos en su interioridad. El afecto irrumpe y en general el niño utiliza alguna “vía de descarga”, por ejemplo: llorar, patalear, tirarse al piso, gritar, correr, etc. quedando invadido por la emoción. La posibilidad de procesar los afectos requiere desde los tiempos tempranos la participación de un otro adulto disponible que pueda ir recibiendo esos estados afectivos que desbordan al niño, contenerlos y devolverle una respuesta calmante, que pueda ir siendo interiorizada paulatinamente, aliviando el malestar.
En estos momentos, esas funciones son relevantes por parte de los padres, en primer lugar, para permitir al niño expresarse, que por ejemplo diga gritando “quiero ir jugar a la plaza”, es una expresión de deseo que necesita compartir, y esto no conmueve la autoridad y la limitación del adulto que requiere ser sostenida con firmeza. Las emociones se alivian al ser compartidas con otro que es capaz de soportarlas, esa es una experiencia vital para el niño y una tarea muy dura para el adulto que tiene que “sobrevivir” a los ataques de furia del niño. Las emociones, además necesitan ser legitimadas: “Es cierto, es muy duro no poder ir a la plaza a jugar en este momento, estás cansado de que esto sea tan largo”. Reconocerle al niño su malestar.
En otros casos, en los niños más pequeños que aún no tienen tanto acceso a la posibilidad de expresión verbal, son los padres los que contienen aportando palabras a los afectos, la palabra contiene, permite ir armando estructuras psíquicas más complejas para que en el devenir del desarrollo luego sea él mismo quien pueda enunciar sus emociones con su propio repertorio de pensamientos y palabras que fue construyendo en estas experiencias con el otro. Como efectivamente salir no es una alternativa diaria, y en tanto el niño suele ser vehemente en su demanda, también suele ser interesante ofrecer alternativas posibles en las cuales pueda vehiculizarse algo del deseo del niño, aunque no- todo. Tiempo de juego en la terraza, en el jardín de la casa, en el balcón, el comedor, proponer otros formatos posibles en que el niño pueda jugar, jugar es un tema serio en la infancia: es sinónimo de expresarse y elaborar situaciones que producen malestar, favoreciendo la tramitación de los afectos.
Este contexto particular de aislamiento trae aparejadas muchas cuestiones que podrían señalarse, teniendo en cuenta que al ser generalizaciones, no tienen por qué instalarse necesariamente en todos los casos, o en todos los niños del mismo modo y por supuesto sin entrar en el detalle que implicaría pensar las repercusiones que podría tener en niños que ya tienen alguna dificultad emocional previa a la instalación de la cuarentena obligatoria.
Hay una primera salvedad que quisiera hacer, y es que, esta situación se constituye como aislamiento físico, pero no social. Esto quiere decir, que estar replegados en nuestras casas, impone una privación de los contactos humanos directos, presenciales, físicos, pero de ningún modo un aislamiento del contacto, aunque más no sea virtual con el otro. En el caso de los niños, los encargados de mediatizar estos contactos son los padres, facilitando los recursos que tengan disponibles para plantear espacios posibles de contacto con otros. Esto no implica desconocer la relevancia que tiene para el niño el cuerpo, lo físico, la interacción directa, ya que los niños más pequeños tienen en los inicios de su desarrollo emocional un lenguaje preponderantemente de acción que les permite expresar sus impulsos e intenciones, el cuerpo tiene un gran protagonismo en sus intercambios y en la exploración del mundo.
De acuerdo entonces a las peculiaridades del contexto podría, muchas veces verse facilitado lo que los analistas llamamos un mayor retraimiento libidinal. Esto quiere decir, una tendencia a “quitarle el interés” a las cosas del mundo externo, del que por otra parte estamos mayormente privados en este momento. Se trata de un repliegue ensimismado, donde disminuye el deseo de conectarse a veces con otros o con las actividades. En general, pasa que los niños más pequeños no tienen tantas ganas de conectarse por Zoom o Videollamada y se rehúsan a hacerlo. Esto está ligado a varias cuestiones, pero primordialmente es necesario ubicar que el niño no tiene como vía privilegiada “hablar” con el otro, su tiempo atencional es más acotado, y muchas veces también ante la frustración de que no va a ser un encuentro presencial, entonces “prefiere nada”. En este caso, habrá que ver cuáles son las alternativas que el niño tolera para contactarse, por ejemplo, con un familiar: puede mandarle un dibujo, una foto, un audio, recibir un mensaje de la abuela, etc. Es decir, habrá que tomar las modalidades que el niño utiliza, ya que “el habla”, a diferencia del adulto, no es la vía de comunicación privilegiada que utiliza el niño.
En esta tendencia al retraimiento, también se observa una mayor utilización de la Play Station o la Tablet, la compu, etc. que si bien son recursos cuyo uso se ha incrementado los últimos años, en este momento los dispositivos están disponibles permanentemente. En este caso, los niños o los jóvenes se “meten” en ese universo virtual, en el cual muchas veces es la única forma de interactuar en red con los pares; pero también es una realidad que puede ser más “manejada” por ellos, allí los personales pueden hacer cosas, tener aventuras, cumplir metas, pensar estrategias, construir, etc. es un mundo lúdico más placentero que el actual.
Hay que señalar que es atípica la situación de convivencia permanente entre los miembros de la familia. Esto produce mayor irritabilidad, enojo, debido a que los “roces” de la convivencia entre los miembros se producen en mayor medida. Esta situación requiere de un gran esfuerzo para delimitar los espacios, los tiempos, las actividades individuales y las de la familia, la organización es una forma de contención para todos. El otro día una adolescente me comentaba que la madre le pedía que se levante a almorzar a las 12 del mediodía un domingo, ella estaba muy enojada porque el día anterior se había quedado en una reunión por Zoom con sus pares hasta altas horas de la madrugada y no quería levantarse. Es decir, la adolescencia y la importancia de los vínculos con los pares tan propia de esa edad, continúa vigente más allá de la cuarentena y es importante respetar los tiempos y las necesidades de cada edad, convivir 24x7 no implica estar todos juntos en todo momento.
En el caso del niño, esta situación de contacto permanente con los padres dentro de la casa, facilita cierto estado de regresión, que puede observarse en ciertos logros que estaban adquiridos, pero que pareciera se han perdido en este nuevo contexto: En algunos casos el niño dormía solo y por ejemplo pide volver a dormir con los padres. En los niños muy pequeños, la presencia física de la madre permanentemente en la casa, genera una situación de constante demanda, incluso aunque la madre esté ocupada en otra cosa, por ejemplo en una actividad laboral on-line. El niño va y la busca. Esto se produce porque al chico le es muy difícil construir la idea de “la ausencia” en presencia física de la madre, esperar, cuando ésta está presente, aunque esté ocupada. En estos casos, sugiero que los adultos puedan tener buena comunicación previa sobre cómo organizarse y repartirse momentos específicos de cuidado del niño, para que el otro pueda tener tiempo de calidad sin interrupciones.
Otra cuestión muy común, son las diversas manifestaciones de angustia como consecuencia de la vivencia claustrofóbica que despierta el encierro: A veces a través de síntomas más corporales, en los niños a veces la angustia se manifiesta con una excesiva necesidad de movimiento, tal vez aparecen dificultades para dormir o ideas recurrentes de enfermedad.
Esa es una cuestión natural, todo aprendizaje se produce si se instala un vínculo con el docente. Es el docente el que introduce al niño en los objetos de conocimiento, mediando los aprendizajes y acompañando el proceso. En general, el niño extraña al docente, a los amigos del aula, a la vida escolar presencial en general. Como decía en otra oportunidad esta vivencia deviene muy frustrante por momentos y hay que acompañarla. Ahora bien, también se han encontrado alternativas de comunicación con los docentes que se están utilizando con regularidad. En este caso, los padres en comunicación con las instituciones, han planteado diferentes necesidades, como por ejemplo que los niños puedan tener más contacto con la maestra, lo que ha movilizado la invención de nuevos recursos y estrategias para habilitar estos espacios. Han llegado a mis oídos experiencias en donde nenes de primer grado, con la importancia que tiene el docente para el aprendizaje de los procesos de escritura y lectura, han abierto espacios virtuales para leer cuentos; el docente manda audios a través de los grupos de padres; los niños envían sus producciones al docente a través del mail; se arman grupos de niños, docentes y padres para compartir alguna experiencia del día, etc.
En esta situación, es importante maximizar los diversos medios de comunicación para generar variedad de contactos. La no- presencialidad del docente no es sinónimo de ausencia, sino que hay que buscar los diferentes modos de “hacerse presente” para tratar de acompañar las rutinas escolares, incluso asumiendo que no es idéntico a lo que implicaría una experiencia presencial y que no todos los chicos lo toleran del mismo modo. Esto también aplica para los padres, estar con los hijos en la casa, no es igual a “estar solos”, es bueno apoyarse en la comunidad de padres para compartir experiencias y pensar alternativas; también apoyarse en la escuela, los directivos , el staff docente, los profesionales de salud si los hubiere. La experiencia colaborativa para aliviar la realidad abrumadora del aislamiento, está a la orden del día y realmente están surgiendo cosas muy interesantes.
Hay ciertas cuestiones que hacen a la experiencia escolar presencial que facilitan los aprendizajes y que bajo esta modalidad virtual fueron alterados. Eso implica asumir que la experiencia, como ya dijimos, no va a ser la misma. La educación se tuvo que adaptar a los canales disponibles, dejando por fuera recursos usados tradicionalmente y teniendo que recurrir a otros. En algunos casos el cambio fue rotundo; en algunas instituciones hay ciertas modalidades tecnológicas que ya se venían implementando y en este contexto se profundizaron. Por mencionar algunos elementos de la modalidad presencial, la interacción continua de los niños con los pares en el aula, está estudiado que promueve el aprendizaje, además de la construcción del vínculo social por fuera de los lazos familiares primarios, experiencias que devienen sumamente importantes para el desarrollo del individuo. Además, el docente en la escuela posee un cuerpo de saberes didácticos y pedagógicos que implementa en el grupo pudiendo tener un mayor seguimiento respecto de la recepción de los contenidos que orienta la “hoja de ruta” de las enseñanzas. Estos aspectos, si bien no están anulados, claramente se transitan de otro modo en la forma virtual.
Destaco que lo importante, es promover los espacios de contacto para mantener los vínculos, más allá de los aprendizajes que puedan o no producirse. En algunos casos, la ventaja que vengo escuchando sobre todo en niños pequeños es que en determinadas familias, disponer de mayor tiempo de encuentro promovió un acompañamiento más dedicado en los temas escolares con los hijos, brindando una experiencia de mayor calidad que se tradujo en adquisiciones y producciones que mejoraron notablemente en el niño. Es sabido, que muchas veces estar inserto en un aula con numerosa cantidad de alumnos, no permite al docente por más que intente, tener un seguimiento detallado o un tiempo especializado para dedicar a ciertos temas que ameritan otros ritmos más pausados en determinados niños. En este sentido, tener tiempo en casa favorece este tipo de necesidades. En otros casos, algunas instituciones exigidas por no disminuir el nivel de trabajo, enviaron cantidades desmesuradas de pedidos y actividades a los estudiantes, que no pudieron ser recibidas por las familias, generando fastidio y desborde.
Cada escuela, con su estilo, recursos y modalidad pedagógica, tuvo que ir revisando con la comunidad de padres los modos de trabajo. Este es un proceso que día a día se sigue evaluando, revisando, repensando.
Es importante que los padres mantengan la comunicación con la escuela, promover el intercambio, registrar las necesidades y limitaciones. También el intercambio entre instituciones deviene fundamental para pensar recursos, estrategias, compartir experiencias y producir modalidades a las que todos puedan acceder y sostener. La flexibilidad, la paciencia y la “apuesta” a que algo se va poder construir, son aspectos a considerar en estos tiempos difíciles para la educación y la sociedad en su conjunto.
En general, yo suelo sugerir que en lo posible se respeten los horarios a los que el niño está acostumbrado a estar en la escuela. Hoy la mayoría de los niños y jóvenes asisten todo el día a la escuela y la decisión de los horarios no es una cuestión que los padres decidan unilateralmente porque hay actividades que requieren la coordinación con el docente para las actividades en vivo, como las jornadas o las clases de Zoom, también depende de los horarios laborales de los padres, etc.
El tema de la concentración es un tema complejo y muy amplio que amerita una mayor profundización. Lo que vengo observando, y sobre todo en los adolescentes, es que lograr organizar las actividades con mayor autonomía, esto se vio favorecido por el hecho de que pudieran decidir con mayor libertad a qué hora encarar una tarea o trabajo práctico, sin estar expuestos a la exigencia del horario fijo que conlleva la jornada presencial, más allá de alguna clase de Zoom que pueda darse. Estas cuestiones que implican una posición más activa y mayor autonomía puede ser vivido como una experiencia de mayor libertad de decisión. En muchas ocasiones pueden realizar las tareas cuando se sienten más predispuestos para hacerlas y eso dependerá de cada persona. En este sentido, hay una mayor autoadministración que genera una sensación de mayor flexibilidad, en algunos casos esta cuestión representó una ventaja.
En el caso de los jóvenes, la postura de los padres es más la de “estar disponibles”, estar atentos ante la emergencia de la demanda, es decir, hay que dar tiempo para que el joven pueda solicitar ayuda cuando registre su propia necesidad. La adolescencia es una etapa con muchos cambios y transformaciones: se pone a prueba la autonomía, hay un deseo de prescindir de la ayuda de los padres que remite a la búsqueda de mayor independencia, y en donde el grupo de pares pasa a ser de vital importancia, allí se buscan las referencias y la contención. En esta experiencia los adolescentes, se valen de los diferentes dispositivos para estar conectados.
En este sentido, vale destacar que la atención en la adolescencia está tomada por muchos temas relevantes que exigen un trabajo de procesamiento psíquico, y ese es todo un esfuerzo de por sí que el joven tiene que hacer para poder concentrarse en los contendidos escolares en general, ya que muchas veces éstos no coinciden con los temas que le interesan, lo atraviesan, lo convocan o le preocupan. Ahí se pone en juego el arte de cada educador también.
En el caso de los niños pequeños, el tiempo y el espacio, son dos organizadores que tienen que ser propiciado por los padres. El niño es un ser dependiente, su concentración también dependerá de estar inmerso en un entorno “atento”, que sostiene el tiempo y el espacio que necesita para hacer los deberes o las actividades. Generar un espacio tranquilo, en la medida que se pueda desprovisto de estímulos distractores y en donde el adulto también pueda destinar un tiempo, aunque sea acotado, pero de calidad son elementos que benefician el encuentro y la disponibilidad para la tarea. Un niño pequeño, puede atender a su tarea, cuando es atendido y guiado por el adulto. En este sentido, a veces es conveniente postergar los tiempos de producción si no se van a poder generar condiciones favorables para la realización y encararlo cuando el adulto esté también en condiciones de brindar ese acompañamiento. A veces los tiempos del hogar, no coinciden con los tiempos que exige la escuela, es un momento que amerita mayor flexibilización.
Las actividades recreativas dependen mucho de las especificidades de cada familia, los recursos de los que dispongan, el espacio físico con el que cuenten, los tiempos de las actividades que realicen, etc. Lo cierto es que la situación de cuarentena puso a prueba la capacidad de inventiva y de creatividad de los seres humanos y ese es un observable irrefutable. Desde diferentes organismos e instituciones dedicadas a la niñez, como por ejemplo “Forum Infancias”, se han creado alternativas y recursos para utilizar con los niños en las casas: cuentos, juegos, recursos para usar en los tiempos libres, etc.
En el caso de los adolescentes, el uso de las redes sociales, los juegos virtuales en red, “los desafíos” en Instagram, los encuentros por Zoom o Videollamada con amigos han sido los recursos privilegiados de entretenimiento, que utilizan prescindiendo de la interacción con los adultos. Por lo general, este momento de repliegue fue dando lugar a la posibilidad de compartir en familia diferentes actividades lúdicas y recreativas adaptadas al espacio disponible: juegos de mesa, armar rompecabezas, pintar, cocinar, mirar películas, hacer deporte en la terraza, y muchas más. Sería interesante mencionar, que hay actividades recreativas que es natural que se compartan en familia, y también es necesario poder hacer espacio a las actividades de disfrute que cada miembro de la familia necesita particularmente.
Ese es un equilibrio y una dinámica que requiere esfuerzo y organización en las casas. Apelar a la variedad de opciones y abrir espacios de creación y placer son elementos esenciales en los tiempos de malestar. Mi criterio ha sido en esta cuarentena apelar al menor malestar posible, dentro del malestar ya instalado.
La situación del aislamiento produce malestar porque impone muchas privaciones, en tanto no podemos acceder a una variedad de actividades que veníamos realizando. Es entendible que los niños y los jóvenes se inclinen a utilizar los dispositivos electrónicos, como modo de entretenimiento. “Meterse en el juego virtual” es una actividad placentera que aparece como “salida” al encierro de la realidad actual y sus limitaciones.
El uso de los videojuegos y su administración, de todos modos, es un tema que es previo a la iniciación de la cuarentena, solo que en este momento la posibilidad de utilizar los juegos está “más a mano”, el repertorio de opciones a veces es menor. En ese sentido, me parece que no hay que demonizar los videojuegos, sino más bien hay que pensar cuál es el uso que se la da y cómo administrarlo.
En el caso del niño, la pauta viene de los padres. como dijimos, es conveniente plantear una organización, destinarle una cantidad de horas en el día, que el niño sepa de modo anticipado cuál es el momento para utilizar los juegos electrónicos y que después de cumplimentado ese tiempo, habrá que hacer otro tipo de actividad. Incluso se puede mantener una diferencia respecto de la cantidad de horas que está permitido usar durante la semana, a diferencia del fin de semana. Hay que considerar que en este contexto, a veces la cantidad de horas en que el niño está frente a una pantalla, es la única alternativa que tienen los padres para poder realizar otro trabajo u otra responsabilidad que necesitan cumplimentar, entonces se ofrece esta opción que mantiene ocupado al niño como una alternativa o “un mal necesario” para sortear la situación actual.
Estas situaciones son complejas y cada familia tomará los recursos que pueda hasta que las rutinas vuelvan a la normalidad, distribuyendo los tiempos en los diferentes tipos de actividad que los hijos y los padres realizan. A veces los videojuegos aparecen como la única opción del menú del día, esto quiere decir, que la posibilidad de que el niño deje esta opción también está dada por la cantidad de ofertas que tiene. Muchas veces proponer otra alternativa hace que el niño se vea estimulado para tomar otro modo de entretenimiento. Es decir, inaugurar otras opciones que resulten tentadoras.
Es cierto, mucho se ha hablado de los “nativos digitales” y los “inmigrantes digitales” para hacer referencia a los diferentes conocimientos o habilidades en relación a los usos tecnológicos que caracteriza a las diferentes generaciones.
Los niños fácilmente aprenden y profundizan en el uso de diferentes dispositivos electrónicos y juegos; todas cuestiones que las generaciones más avanzadas tuvieron que ir incorporando paulatinamente, muchas veces aprendiendo de los propios hijos.
De esta situación me parece importante rescatar una cuestión que a veces puede generar confusión: que un niño o joven sepa que tiene más conocimiento, más habilidad o mayor dominio tecnológico, no lo ubica en un lugar de superioridad respecto del adulto, ni tampoco significa que tenga autonomía para el resto de las áreas de la vida, en las cuales aún necesita seguir recibiendo el apoyo, el acompañamiento y los conocimientos que proporciona el adulto y que son específicos para cada edad. El niño o el joven pueden saber más sobre esos temas, disfrutarlo e incluso intentar guiar a los padres al respecto, pero la autoridad sigue siendo de los adultos. La asimetría es un elemento esencial en el vínculo paterno- filial, esta característica promueve el sentimiento de protección y seguridad que el niño necesita para desarrollarse, aunque tenga conocimientos que sus padres no manejen en relación a las tecnologías.
El tiempo de continua convivencia que trae aparejada la experiencia de la cuarentena puede producir diferentes efectos en los vínculos familiares. Es cierto que muchos niños están contentos porque esta situación extrema se transformó en una oportunidad para pasar más tiempo en casa con los padres y los hermanos, es decir, tener mayor tiempo compartido en familia.
Sabemos que en la actualidad, el niño tiene una agenda plagada de actividades llegando a homologar lo que sería la cantidad de horas de jornada laboral del adulto, incluso a veces más. Esta situación inédita, abrió un paréntesis, dio la oportunidad de instalar otros tiempos de encuentro, juegos, tareas, y actividades conjuntas que los niños disfrutan mucho. En este sentido, antes el aislamiento pasaba por “estar cada uno en sus cosas” dejando menos tiempo para un encuentro de calidad. El exceso de trabajo, el cansancio, la exigencia por rendir y producir, el individualismo, forman parte de la sociedad actual. Tal vez, ésta sea una experiencia que nos permita tomar consciencia respecto de los tiempos vertiginosos en los que se desarrolla la vida diaria en normalidad, para considerar la importancia y la necesidad que los niños tienen de cierta dosis de tiempo de calidad compartida con los miembros de su familia: eso trae bienestar, placer, profundización de los vínculos.
Sin embargo, la convivencia que como dijimos podría generar mayor encuentro, con el otro; también puede generar irritación, conflicto y necesidad de distanciamiento. Sabemos que los conflictos entre hermanos también son parte de la relación, las vicisitudes que atraviese este vínculo depende de muchos factores intervinientes.
*Paula G. Cerutti Agelet (MN:49979) es licenciada en Psicología (UBA), Profesora en Psicología nivel medio y superior (UBA). Cuenta con estudios de especialización en Psicoanálisis con niños (UCES). Candidata en formación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Además es Docente en la Cátedra de Psicoanálisis III y Psicopatología psicoanalítica (UAI). Forma parte del Fórum Infancias Red Federal, Curso de formación para maestras integradoras/ APND en MI Espacio (Facebook).